Agotado

Mamá morfina

Autor: Alesi, Eros Alesi, Eros

ISBN: 9786077943952

Editorial: Bonobos Editores

Edición: 2014

Traductor:   Guillermo Fernández


$180

Eros Alesi
, el “último poeta maldito de Italia”, quien “se aferró al clavo ardiente de la droga”, ve nuevamente la luz para deslumbrar y conducir al lector al límite de la palabra.

La historia de Alesi (1951, Lacio, Italia), podría ser la de cualquier yunky predestinado a zigzaguear por los bordes de la conciencia alterada y los límites de la razón.

Así que la única diferencia que tenía él de los cientos de adictos de su época fue una libreta repleta de poesía, que escribió durante el embrujo que vivió por las adicciones duras.

Alesi murió bajó los efectos y el abuso de cocteles letales de drogas y alcohol. No cayó del muro por accidente, se lanzó… un suicidio-performance-poético llevado hasta las últimas consecuencias, acto que resultó prematuro para su tiempo y su muerte no significó más que el deceso de un vagabundo
cualquiera.

Alesi compartía —desde Europa— ideales con una generación trasatlántica que irrumpió en las urbes estadounidenses en la primera mitad del siglo XX, enarbolando ideales que se convertirían en normas modernas: exceso, paz, libertad.

Llamado el “poeta norteamericano del siglo XX italiano” (Giorgio Manacorda), Alesi fue un artista ajeno y tan distante de Italia, a pesar de sus neovanguardias; su medio natural fue la calle desde adolescente; escapó de casa, huyó de un padre alcohólico y golpeador, para refugiarse con los capelloni, la comuna hippieitaliana, donde se embarcó en un viaje de aventuras, excesos, robos y estafas, para terminar suicidado; de él se supo hasta 1973, gracias a una publicación que en esta ocasión imprime la editorial Cuadrivio.

Se trata de cuadernos inéditos, agrupados en el libro Voces Paranoicas —edición bilingüe, traducida por Hiram Barrios—, la cual ofrece una bitácora de los últimos días de creación y locura de uno de los poetas que evoca vida y obra esa oscura tradición poética empujada por Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Jack Kerouac.

El ensayista y traductor Hiram Barrios conoció de Alesi en sus años de estudiante. Comenzó a traducirlo a manera de ejercicio de lectura cuando estaba aprendiendo italiano. Recuerda que al leer Mamá morfina, le impactó la belleza y crudeza del poema. Fue uno de los primeros escritores que tradujo, señala, después el interés creció y de esa manera comenzó a rastrear la estela de este artista maldito.

El azar, cuenta el traductor, lo fue llevando a otros poemas de Alesi, inéditos en su mayoría, y se aventuró a traducirlos por curiosidad. Con los años, dice, reunió una selección de textos que le permitieron emprender la edición de la antología que este sello editorial independiente publica.

Se trata de textos que nos atrapan en el periplo que Alesi vivió en Europa, sin pertenencia o dinero alguno en los bolsillos, salvo los poemas que escribía sobre cualquier pedazo de papel.

El 31 de enero de 1971, aparece su cuerpo en las ruinas del Muro Torto, en Roma. Llegó hasta los 19 años. En sus ropas había firmado un manifiesto determinante, una bella oda al suicidio:

Antes de morir, apunta Barrios, Alesi había viajado por Italia, Grecia, Turquía, Pakistán y la India. Como muchos de su generación, emprendió el viaje hacia ese paraíso milenario no contaminado por occidente. Fue un viaje de liberación y autoconocimiento. Lo apodaban  El Pastilla, por su gusto por los barbitúricos, y era conocido por su atractivo físico, la jovialidad de su rostro, de una belleza un tanto femenil, que le fue de mucha ayuda para no morir de hambre, sin dinero y en un país desconocido.

Pero dicha travesía devino en tormento. Tuvo que robar, engañar y agredir para mantenerse. A su regreso, los pinchazos de opio, las anfetaminas y las pastillas surtieron efecto: la paranoia lo llevó a la rehabilitación. Pero al mes de estar en Boloña, al cuidado del siquiatra Luigi Cancrini, aceptó su dependencia a mamá morfina, que su casa era la calle, de esa manera signaba su destino.

Tras salir de Boloña regresó a Roma, a las cuevas del Pincio, a espaldas del Muro Torto. La mayoría de poemas que se conservan pertenecen a los últimos días de su vida. Alesi dejó poemas en varios cuadernos que guardaba en dichas cuevas, o que regalaba a sus amigos. Tras su muerte, poemas como Querido padre o Mamá Morfina circularon de mano en mano. La comuna de Milán, donde vivió algunos meses, imprimió sus poemas y las repartió en las plazas y parques como un homenaje al poeta.

Dos años después de su muerte se le rinde culto en una revista de renombre. Algunos de sus poemas, desde entonces, comienzan a incluirse en distintas antologías.

Sin existencias

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En la escasa obra poética conocida de este joven italiano, entre el primer poema que escribió (cuando tenía catorce años) y el último, escrito a los veinte, no se advierte ningún cambio considerable, en cuanto a estilo o intensidad. Desde los 13 años se aferró al clavo ardiente de la droga, hasta que las manos se le carbonizaron. Alguien dijo que “en el mundo contemporáneo las almas más delicadas sucumben irremisiblemente; es necesario ser muy duros o muy cínicos para sobrevivir en él”. Su muerte nos lo devolvió con el nombre de siempre, el nombre más hermoso y padecido: Eros.

Guillermo Fernández

9786077943952

Sobre el traductor

Guillermo Fernández
nació en Guadalajara, Jalisco, el 2 de octubre de 1932; muere en Toluca, Edo. de México, el 30 de marzo de 2012. Poeta y traductor. Estudió Literatura en la unam y Filología Toscana Antigua en Florencia. Su labor como traductor de literatura italiana es ampliamente reconocida; destacan las traducciones de clásicos como Dante Aligheri y Boccaccio, así como de autores italianos contemporáneos: Cesare Pavese, Dino Buzatti, Mario Luzi, Italo Calvino, Leonardo Sciascia, Pier Paolo Passolini, entre muchos otros. Realizó numerosas compilaciones para la colección Material de lectura, de la unam. Colaborador de Diálogos, El Día, El Heraldo de México, El Nacional, Excélsior, La Palabra y el hombre, Novedades, Plural, Siempre!, Unomásuno, Semana de Bellas Artes, Casa del tiempo y Revista de la Universidad de México, entre otras. Condecoración de la Orden al Mérito de la República Italiana, en grado de Caballero, en 1997, por su labor como difusor de la cultura italiana. Creador emérito del snca del fonca. Premio Jalisco de Literatura 1997. Premio Juan de Mairena 2011, de la UG.

Eros Alesi , el “último poeta maldito de Italia”, quien “se aferró al clavo ardiente de la droga”, ve nuevamente la luz para deslumbrar y conducir al lector al límite de la palabra.

La historia de Alesi (1951, Lacio, Italia), podría ser la de cualquier yunky predestinado a zigzaguear por los bordes de la conciencia alterada y los límites de la razón. Así que la única diferencia que tenía él de los cientos de adictos de su época fue una libreta repleta de poesía, que escribió durante el embrujo que vivió por las adicciones duras. Alesi murió bajó los efectos y el abuso de cocteles letales de drogas y alcohol. No cayó del muro por accidente, se lanzó… un suicidio-performance-poético llevado hasta las últimas consecuencias, acto que resultó prematuro para su tiempo y su muerte no significó más que el deceso de un vagabundo cualquiera. Alesi compartía —desde Europa— ideales con una generación trasatlántica que irrumpió en las urbes estadounidenses en la primera mitad del siglo XX, enarbolando ideales que se convertirían en normas modernas: exceso, paz, libertad. Llamado el “poeta norteamericano del siglo XX italiano” (Giorgio Manacorda), Alesi fue un artista ajeno y tan distante de Italia, a pesar de sus neovanguardias; su medio natural fue la calle desde adolescente; escapó de casa, huyó de un padre alcohólico y golpeador, para refugiarse con los capelloni, la comuna hippieitaliana, donde se embarcó en un viaje de aventuras, excesos, robos y estafas, para terminar suicidado; de él se supo hasta 1973, gracias a una publicación que en esta ocasión imprime la editorial Cuadrivio. Se trata de cuadernos inéditos, agrupados en el libro Voces Paranoicas —edición bilingüe, traducida por Hiram Barrios—, la cual ofrece una bitácora de los últimos días de creación y locura de uno de los poetas que evoca vida y obra esa oscura tradición poética empujada por Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud, Jack Kerouac. El ensayista y traductor Hiram Barrios conoció de Alesi en sus años de estudiante. Comenzó a traducirlo a manera de ejercicio de lectura cuando estaba aprendiendo italiano. Recuerda que al leer Mamá morfina, le impactó la belleza y crudeza del poema. Fue uno de los primeros escritores que tradujo, señala, después el interés creció y de esa manera comenzó a rastrear la estela de este artista maldito. El azar, cuenta el traductor, lo fue llevando a otros poemas de Alesi, inéditos en su mayoría, y se aventuró a traducirlos por curiosidad. Con los años, dice, reunió una selección de textos que le permitieron emprender la edición de la antología que este sello editorial independiente publica. Se trata de textos que nos atrapan en el periplo que Alesi vivió en Europa, sin pertenencia o dinero alguno en los bolsillos, salvo los poemas que escribía sobre cualquier pedazo de papel. El 31 de enero de 1971, aparece su cuerpo en las ruinas del Muro Torto, en Roma. Llegó hasta los 19 años. En sus ropas había firmado un manifiesto determinante, una bella oda al suicidio: Antes de morir, apunta Barrios, Alesi había viajado por Italia, Grecia, Turquía, Pakistán y la India. Como muchos de su generación, emprendió el viaje hacia ese paraíso milenario no contaminado por occidente. Fue un viaje de liberación y autoconocimiento. Lo apodaban  El Pastilla, por su gusto por los barbitúricos, y era conocido por su atractivo físico, la jovialidad de su rostro, de una belleza un tanto femenil, que le fue de mucha ayuda para no morir de hambre, sin dinero y en un país desconocido. Pero dicha travesía devino en tormento. Tuvo que robar, engañar y agredir para mantenerse. A su regreso, los pinchazos de opio, las anfetaminas y las pastillas surtieron efecto: la paranoia lo llevó a la rehabilitación. Pero al mes de estar en Boloña, al cuidado del siquiatra Luigi Cancrini, aceptó su dependencia a mamá morfina, que su casa era la calle, de esa manera signaba su destino. Tras salir de Boloña regresó a Roma, a las cuevas del Pincio, a espaldas del Muro Torto. La mayoría de poemas que se conservan pertenecen a los últimos días de su vida. Alesi dejó poemas en varios cuadernos que guardaba en dichas cuevas, o que regalaba a sus amigos. Tras su muerte, poemas como Querido padre o Mamá Morfina circularon de mano en mano. La comuna de Milán, donde vivió algunos meses, imprimió sus poemas y las repartió en las plazas y parques como un homenaje al poeta. Dos años después de su muerte se le rinde culto en una revista de renombre. Algunos de sus poemas, desde entonces, comienzan a incluirse en distintas antologías.